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Entre sentimientos encontrados y recordando a sus compañeros, se gradúan alumnos de Ayotzinapa.

El martes 18 de julio se graduaron 117 estudiantes de la generación 2013-2017 de la escuela normal rural Raúl Isidro Burgos en Ayotzinapa. La mezcla de sentimientos llenaba el ambiente, así como los ramos de flores y globos felicitando a los nuevos maestros. Los rostros de los jóvenes, algunos de ellos vistiendo traje por primera vez, mostraban la alegría natural de quien ve culminada su meta de concluir sus estudios, pero a la vez denotaban tristeza. Tristeza y coraje. Y cómo no, si como lo recordaron varios de los oradores, en esta graduación deberían haber estado presentes Eugenio Tamarit Huerta, Freddy Vázquez Crispín, Jonathan Morales Hernández, Filemón Tacuba Castro, y Bernardo Flores Alcaraz. Este último es uno de los 43 desaparecidos el 26 de septiembre del 2014. Eugenio y Freddy fueron atropellados por un tracto camión en enero del 2014 mientras repartían volantes y boteaban. El chofer sigue libre. Jonathan y Filemón fueron asesinados en octubre de 2016 en un asalto, dice la fiscalía, aunque sus familiares y compañeros aseguran fue una ejecución del Estado. Dos más fallecieron por enfermedad, Miguel Ángel Juárez Jiménez y Julio César Vázquez Blanco. En total siete maestros rurales que no podrán impartir clases, recordó el secretario general, Gerardo Bonifacio Gutiérrez.



El lema de la graduación fue “La voz de mis hermanos, retumba en mi corazón” recordando a los caídos, pero también a los estudiantes desaparecidos.



Los padrinos de generación fueron los padres y madres de los 43 estudiantes desaparecidos, la mayoría ausentes en la ceremonia. En su representación participó la señora Ernestina Lugardo del Valle, cuyo hijo, Ricardo Jacinto Lugardo era parte de los graduados. Su otro hijo, Israel Jacinto Lugardo es uno de los 43. “Estoy muy contenta por mi hijo Ricardo, a la vez siento tristeza por mi otro hijo pero la esperanza sigue,” dijo al término de la ceremonia.




Otros de los padres que estaban presentes en la celebración de clausura eran don Francisco Lauro Villegas y su esposa Julieta. Ellos como doña Ernestina tenían esa mezcla de sentimientos encontrados ya que también tienen un hijo graduado el día de hoy Raúl Ismael Lauro Villegas y uno desaparecido, Magdaleno Rubén Lauro Villegas. Raúl es bilingüe en español y náhuatl y sus planes son quedarse a trabajar en Guerrero, cerca de su familia para seguir apoyando en la búsqueda de su hermano. El mismo día, otro hijo de don Francisco se estaba graduando de la preparatoria. No está seguro, pero cree también irá a estudiar a Ayotzinapa. Después de todo, muchachos de familias pobres como los Lauro Villegas y muchísimas otras de Guerrero y México en general, no tienen muchas alternativas.



De pronto se veía a los jóvenes graduados sonreír, bromear entre ellos y con sus familiares que estaban presentes. De pronto también sus rostros se ensombrecían, especialmente cuando se mencionaba a sus compañeros ausentes. En sus cuatro años en la escuela de Ayotzinapa adquirieron el conocimiento y las herramientas que los preparó para dar clases, pero también aprendieron que el Estado está en contra de escuelas como las normales rurales. Muchos de ellos son sobrevivientes de la noche del 26 de septiembre y han vivido los constantes ataques del Estado para desaparecer esas escuelas.



El secretario general en su discurso lanzó un exhorto a que al dejar Ayotzinapa, los graduados no olviden quienes han intentado por ya varios años cerrar esta escuela y a identificar quien es el enemigo: “es el estado, instituciones, gobernantes, ejército, fuerzas policiacas, empresarios, quienes han querido cerrar esta escuela para pobres para que no salgan maestros rurales como ustedes”


Pero salieron 117 este año y prometen como dijo Eduardo García Maganda, uno de los nuevos maestros, que este no es un final, si no un principio y que a donde vayan a ejercer su profesión van a “seguir sembrando semillas, ya sea Guanajuato, Veracruz, Guerrero, donde sea, vamos a seguir exigiendo presentación con vida de los 43 y justicia para los caídos.”



Eduardo recientemente tomó el examen para una plaza de trabajo en Guanajuato. Él fue uno de los 6000 aspirantes que tomaron el examen para una de las 119 plazas que ofrece ese Estado. Las oportunidades en Guerrero u otros estados no son mejores. Además de la limitación de oportunidades de trabajo, los normalistas rurales se enfrentan al obstáculo de un examen estandarizado que es diseñado para maestros con preparación en y para zonas urbanas. “Cuando el enfoque de nosotros es ir a comunidades indígenas, comunidades pobres, en la sierra de Guerrero o Guanajuato, como en mi caso. La diferencia entre niños de la sierra y niños de la ciudad es abismal.” “Eso nos deja en desventaja, es difícil competir en esos términos.”. A eso se suma el problema del lenguaje. “Uno de los problemas en el examen es el uso del inglés que se nos pide, cuando muchos de mis compañeros hablan lengua indígena y tienen problemas con el castellano.”


Con todo y esas desventajas, los normalistas se dicen preparados para salir a ejercer la carrera que eligieron y seguir sembrando semillas.



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